jueves, 15 de agosto de 2013

FUKUSHIMA


Muchas veces he criticado algunas características de nuestro sistema socioeconómico, por ejemplo, que favorece que las autoridades tomen decisiones priorizando más el interés del partido o de un colectivo frente al interés general. También he hablado sobre la necesidad de separar, en alguna medida, a los lobbies del poder político. Su proximidad es un mal que probablemente ha ocurrido siempre a lo largo de la historia y en todos los sistemas socioeconómicos.

En otras ocasiones he detallado la negligencia de diversas instituciones públicas y su falta de asunción de responsabilidades tras sus decisiones. No es que yo practique el pesimismo por deporte, es que creo en la eficiencia de las cosas, en la posibilidad de mejorar y de hacer las cosas mejor. Ese proceso de mejora requiere que en el orden social, igual que ocurre en el mundo animal, exista una relación causa-efecto entre las actuaciones y las consecuencias. Esa relación es clara en las tomas de decisión empresariales y en las de los consumidores, por eso son más eficientes que los oficiales y las grandes instituciones al tomar decisiones, porque sufren directamente los efectos de sus actos. El ser humano toma muchas decisiones cuyas consecuencias disfruta y/o sufre. Ahí está mi fe en el sistema, en la descentralización hasta un nivel donde las consecuencias existan.

Hoy quiero hablarte de Masao Yoshida. ¿Sabes quién fue? Yo no lo conocí, ni supe de él hasta que murió hace ahora pocas semanas (el 9 de julio de 2013). No sé si era un buen padre o marido, si fue un buen estudiante o un buen amigo, pero sé algo importante: que arriesgó su vida por intentar mejorar las cosas. Yoshida lideró un equipo que luchó por mantener bajo control los reactores nucleares de Fukushima tras el accidente provocado por un tsunami en marzo de 2011. A ese grupo se le llamó los 50 y recibió el Premio Príncipe de Asturias en 2011. Desgraciadamente, hacer lo correcto conlleva, en ocasiones, pagar el máximo precio, perder la vida.

A Yoshida le diagnosticaron cáncer a finales de 2011, del que murió un año y medio después, a la edad de 58 años. TEPCO (Tokyo Electric Power Co.), la compañía que opera esa central nuclear, ensalza la figura de este empleado a la vez que niega que el cáncer tuviera relación con la labor realizada en la central tras el accidente.

Probablemente nunca sabremos si su enfermedad fue consecuencia directa o no del accidente. Lo que sí sabemos es que esta persona hizo que otros abandonaran la zona mientras él y algunos más (tan héroes como él) se quedaban para intentar contener el riesgo que se iba materializando.

Mientras los dirigentes políticos tienden a desviar la atención mediática de aquellos eventos que les dañan electoralmente, mientras infravaloran oficialmente el daño ecológico o el hecho de que hoy la central nuclear siga emanando gran radioactividad (especialmente en forma de líquido radioactivo que sigue fluyendo al mar), otros arriesgan su vida en silencio por hacer lo correcto. Para mí, son los actos de estas personas los que muestran lo mejor de nuestra esencia, los que recuerdan que hay cosas más valiosas que negociar un presupuesto o salvar a la banca. Estas heroicidades, casi anónimas y sin segundas intenciones, son la mejor promesa de mejora y subsistencia social, más allá de cualquier crisis económica o de cualquier líder. Hoy quiero dedicar este artículo a honrar la memoria de todas las personas que, sin salir en la prensa, han luchado arriesgando o incluso perdiendo su vida por mejorar la del resto.

Termino con una sugerencia: seguro que sería tranquilizador para la población que el gobierno japonés y sus familias se trasladara a vivir una temporada a los alrededores de Fukushima, ya que todo está oficialmente controlado… eso sí les daría votos.

domingo, 11 de agosto de 2013

EL SUEÑO AMERICANO

Sobre el sueño americano se ha escrito mucho. El tópico de tener una casita con jardín, una valla blanca y un perro que te traiga el periódico parece, cada vez más, un sueño inalcanzable para la juventud americana y, generalizando, para todo Occidente.

En los tiempos que vivimos, con una crisis tan larga y profunda y dadas las complicadas perspectivas del futuro profesional (y fiscal) para la próxima generación de contribuyentes, que yo situaría entre 15 y 25 años, hay quien cuestiona la viabilidad del sueño americano. Otros describen la dura realidad profesional de los jóvenes adultos, pongamos de entre 25 y 35 años, de cara a desarrollar su vida profesional y personal, de cara a tener un empleo relativamente estable que les permita acceder a la compra a crédito de una vivienda y la posibilidad de mantener a una familia con hijos.

Algún lector pensará que esto no es así y que la mayor prueba es que la vivienda americana haya subida, año a año, del orden del 10%, o que haya mejorado el acceso al crédito si lo comparamos con los peores momentos de la crisis, o que se creen empleos cada mes en la economía americana. Es evidente que muchas cosas han mejorado desde el inicio de la crisis, pues si no estaríamos en la Revolución Francesa. Para mí, esa no es la cuestión principal. Lo realmente importante es si esas mejoras, junto con las reformas y ajustes realizados, tanto institucional como personalmente, nos sitúan a una distancia razonablemente asequible de establecer un nivel socioeconómico sostenible.

Las reformas, los recortes, o la racionalización de los recursos no son fines en sí mismos y son algo más que las imposiciones caprichosas de los que rigen Europa a los que mandan menos. Son medios para llegar a un fin: absorber/pagar excesos pasados y reconducirlos para poder afrontar el futuro con una perspectiva duradera. 

Desde que se abandonó el patrón oro en 1971, los BCs han dado rienda suelta a la creación de más billetes para paliar las crisis cíclicas que han ido llegando, retrasando, que no evitando, muchos ajustes necesarios para reequilibrar los excesos generados en los diferentes ciclos económicos. De hecho, el parche temporal utilizado para evitar sufrir esos ajustes ha consisitido principalmente en magnificar esos mismos excesos que han generado el desequilibrio. La creación sistemática de dinero tuvo una consecuencia económica positiva: favoreció un mayor crecimiento al alargar los ciclos expansivos de la economía y acortar los recesivos. Sin embargo, también ha tenido una consecuencia monetaria: la vida se ha ido encareciendo (inflación). 

Por ejemplo, si tomamos como referencia el salario mínimo legal en EEUU en 1968, $1.60 por hora, y lo actualizamos con la inflación (para poder comparar el poder adquisitivo del dinero de entonces con el de hoy), éste se ha convertido en $10.74 por hora. Es decir, teóricamente, alquien que gane hoy $10.74 sería tan rico como alguien que ganaba el mínimo personal en 1968. Según el Departamento de Trabajo, hoy el 40% de los trabajadores gana menos que eso. Quizás deberíamos reflexionar sobre lo útil que resulta el efecto riqueza de los billetes, del valor nominal.

Los cambios tecnológicos, demográficos y educativos son otros factores que también han influido en la mano de obra y en su remuneración, en el factor productivo conocido como trabajo. Cuando todos estos factores se juntan con una gran crisis sembrada como la actual se agudizan socialmente los efectos de combinar menores sueldos con mayor coste de la vida. A continuación te detallo un grafico interesante de la Fed de St. Louis donde se observa la evolución histórica de los ingresos reales (ajustados por la subida de los precios).


No me cansaré de repetir que un sólo dato o una sola estadística pueden mostrar imágenes erróneas de la realidad pues pueden estar alterados por factores puntuales. Por eso, siempre intento conocer una realidad desde diferentes ángulos. Por ejemplo, otro indicio incompleto e imperfecto pero complementario, de esa dificultad social que afronta la juventud americana de cara al futuro nos lo muestra el siguiente gráfico.

La expansión monetaria de las últimas décadas se canalizó, como es habitual, a través del crédito, ¡mucho y barato! Esta herramienta permitió a dos generaciones comprarse una vivienda sin tener dinero para ello, les permitió disfrutar una riqueza que todavía no había sido creada bajo la promesa de crearla en el futuro y devolver así los créditos (con intereses).
 
Cuando ha llegado la vuelta a la realidad, es decir, cuando el sistema está poniendo en duda que se pueda generar tanta riqueza para devolver tanta disfrutada es cuando esta crisis ha pasado de ser coyuntural (cíclica) a estructural. Y, ¿qué futuro les espera a los jóvenes? Unas dificultades económicas superiores a las de sus mayores, por varios motivos:
  • Los excesos que ahora hay que ajustar ponen de manifiesto un exceso de capacidad productiva, que incluye un exceso de mano de obra. Esto favorece el recorte en el precio de dicha mano de obra (recuerda que la media de puestos de trabajo destruidos en la crisis fue de nivel medio y la media creada actualmente es de sueldo bajo). Es decir, les costará encontrar un trabajo más que antes de la crisis y éste tenderá a ser remunerado peor.
  • El coste de la vida es mayor que antes de la crisis. BCs mediante, ha habido inflación, no deflación.
  • Les tocará financiar la inversión de la pirámide demográfica (más adultos y menos jóvenes). En ese sentido, deberán financiar nuestra mayor esperanza de vida, lo que implicará el pago de pensiones durante más tiempo y más gasto sanitario.
  • Les tocará devolver nuestra gigantesca y creciente deuda pública.
Todo un problema social generacional. Y todo porque decidimos cambiarnos el coche antes de haber ahorrado, viajar sin esperar a tener dinero para hacerlo, comprarnos la casa antes de lo que debíamos o que fuera más grande de lo que podíamos. Si ese fue nuestro pecado, nuestros gobernantes electos y los banqueros centrales, que nunca pagan los platos que rompen, fueron el diablo que nos brindó la tentación.

Termino con una frase: “No warning can save people determined to grow suddenly rich.” - Lord Overstone.
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