Para reflexionar sobre algunas tendencias socioeconómicas, imaginemos un
mundo hipotético donde, como punto de partida, aceptamos algunas premisas.
Dichas premisas, aunque son irreales porque están llevadas hasta el extremo, no
impiden identificar algunas tendencias.
Tenemos un grupo de 100.000 ciudadanos, por ejemplo. En el primer momento
les damos a todos el mismo sueldo, el mismo ahorro, una vivienda similar, etc.
Suponemos que no hay amiguismo (beneficio por proximidad al poder) ni
corrupción (compra del favor del gobernante). Es decir, el día 0 partimos de un
sistema próximo a un comunismo teórico. A partir de ese momento, cada ciudadano
tomará sus propias decisiones (de inversión, gasto, endeudamiento, esfuerzo en
el trabajo, objetivos profesionales y personales, etc). Al cabo de un año,
probablemente encontraremos una situación muy diferente a la inicial. Como si
fuera la parábola de los talentos, unos habrán guardado en el cajón lo que
tenían, otros se lo habrán gastado, otros lo habrán invertido con éxito, otros
con gran éxito, y otros habrán perdido hasta la camisa (con endeudamiento añadido).
Lo primero que deducimos de la situación es que, aunque aplicaras hoy los
principios del comunismo o del cristianismo (diferenciados por decidir
“libremente” la redistribución de la riqueza), ese equilibrio duraría muy poco,
porque a la que hay libertad de decisión, hay decisiones diferentes que
conllevan outputs diferentes. Volver a igualar la partida muy a menudo (algo
difícilmente practicable y aceptable socialmente) sólo serviría para que los
más esforzados (con éxito o sin él) decidieran vivir como el más dilapidador,
ante la perspectiva de que sus logros apenas les beneficiarían.
Si simplemente miramos por la cerradura lo que ha pasado tras un año (sin volver
a redistribuir), probablemente veremos que algunos se han enriquecido mucho,
otros lo han perdido todo, y una gran “clase media” ha ido mejorando menos que
el rico pero más que el pobre. A partir de ese momento, de esa nueva fotografía
tras la inicial, las consecuencias de las nuevas decisiones de los 100.000
ciudadanos vienen condicionadas por su nuevo punto de partido, su situación
personal diferente de la de los demás. Y todas las siguientes decisiones
vendrán condicionadas por el resultado de las anteriores. A la larga, volver a
redistribuir supondría deshacer a dedo muchos años de esfuerzos, decisiones
personales y libres, etc.
A medida que la clase media se desarrolla y aumenta su nivel de vida, se va
generando inflación, un aumento de los precios porque la oferta de bienes y
servicios (los fabricantes) tarda en ajustarse a la creciente demanda de los
consumidores de clase media, que quieren y pueden comprar más a medida que van generando
ahorro (por simplificar, supongamos que no hay crédito para prolongar y
acelerar el consumo). Ese movimiento de los precios evidencia que la evolución
socioeconómica es dinámica, lo que unos cuantos deciden afecta a la situación
del resto (aunque éstos no hayan modificado en nada de su situación).
La clase más pobre es la que sufre más la subida de los precios generada
principalmente por la clase media, más que por la rica, dado su mayor volumen y
su tipo de consumo. Así, en lenguaje de ciclismo, el pobre se queda cada vez
más lejos del pelotón y pierde cada vez más posibilidades/facilidades de
acercarse a ese nivel de vida. La probabilidad de exclusión social no es lineal
sino exponencial.
Igualmente ocurre en la delantera de la carrera. El que es muy, pero que muy
rico, sólo con conseguir rentabilizar mínimamente su riqueza ya generada (o que
su empresa siga generando grandes beneficios cada año) podrá despegarse del
gran pelotón cada vez con menos esfuerzo. Al igual que en el otro caso, su
capacidad de aumentar su ventaja en nivel de vida con la mayoría no es lineal
sino exponencial. Al cabo de un tiempo, observamos una gran clase media (como
en una distribución estadística de probabilidades) con unos pocos sujetos muy
alejados de la media, tanto por arriba como por abajo.
Imagina que en la zona donde está el gran pelotón cae una gran tormenta que
le obliga a ir mucho más despacio al pelotón y a los que vienen por detrás (por
ejemplo una gran crisis). Entonces, las diferencias del rico a la media (y no
digamos al pobre) aumenta significativamente. La clase media pierde el empleo,
y/o su casa, y tiene que utilizar lo ahorrado durante años (en bolsa además lo
tendría que hacer líquido vendiendo a precios de crisis), mientras el rico
aguanta su nivel de vida y sigue acumulando ahorro año a año (aunque su patrimonio
total haya dado un gran bajón en un momento dado).
¿Dónde quiero llegar a parar? La paz social requiere que el conjunto de la
sociedad vea crecer su nivel de vida, porque eso genera sensación de justicia
social. Si una gran crisis junta a muchos damnificados por la situación, tengan
más, menos, o ninguna culpa, la tensión social crece. Si además esta situación
se prolonga en el tiempo, la paciencia se agota, y la desmotivación por ese
sistema socioeconómico crece (sería la pérdida de valores democráticos justificados
por la gravedad de la situación). La libertad empieza a peligrar porque unas
circunstancias “externas” adversas (luego hablamos de responsabilidades) han
empobrecido tanto a la población y han derrumbado tanto sus expectativas que
empieza a contemplarse/preferirse menos libertad por más seguridad (aunque sólo
sea asegurable en el corto plazo), o sea, un paso hacia el comunismo.
Podríamos decir que yo quería libertad (por ejemplo económica) porque pensé
que me iría bien, o yo quise entrar en el euro porque me daban dinero y todo
prometía ser maravilloso. Cuando mis socios se llevan mis ahorros
sistemáticamente porque no soy capaz de competir con ellos de igual a igual (se
genera déficit comercial), mi opinión inicial empieza a generarme dudas. De
igual forma, cuando en la bonanza económica se han cometido excesos a todos los
niveles (individualmente, empresarialmente, y en el plano público), el ajuste
necesario posterior se hace tan duro que se tiende a culpar al sistema de todo
(y no sólo de sus imperfecciones, que las tiene), y no a los errores cometidos
en un sistema que otorga una cuota amplia de libertad de decidir.
De cara a afrontar la crisis manteniendo la paz social y la creencia en un
sistema socioeconómico que es el menos ineficiente y menos injusto (la
democracia, la economía de mercado, etc) se pueden plantear varias opciones.
Ninguna será perfecta, por lo que debes elegir la menos mala. Una sería, cual
comunismo, que todos paguen por los errores generados, algo tremendamente
injusto porque sería separar radicalmente las consecuencias de tener y desear libertad
con las consecuencias y responsabilidades de ésta. Otro sería, que cada palo
aguante su vela, que cada cual pague por sus excesos/errores. Esta solución
radical, tiende a ser la justa y eficiente estrictamente analizando. Sin
embargo, permitiría que se generaran tales diferencias entre la cabeza de
carrera (los ricos) y el pelotón (y no digamos la cola de la carrera) que la
paz social estaría en riesgo.
En mi opinión, debería buscarse un híbrido entre justicia social y derechos económicos, apoyando a los que sufren más con la crisis, mientras se ajustan al mundo real las estructuras públicas para que sean sostenibles. No ayudar a los que más sufren o hacerlo ineficientemente (a dedo en vez de bajando impuestos) aumenta la probabilidad de acabar con desórdenes sociales. No ajustar las estructuras públicas impide una recuperación y nos acerca como sociedad al abismo financiero. Por último, el problema práctico de este planteamiento está en que los gobernantes prefieren dedicar los recursos disponibles en paliar la crisis de los lobbies empresariales influyentes bajo la falsa excusa de evitar despidos adicionales. Además, de forma generalizada el sector público no asume responsabilidades por su gestión nefasta (en las empresas privadas y las familias, sí). Juegan con fuego y no lo saben, y/o no les importa.