jueves, 8 de diciembre de 2011

LAS DOS CRISIS DE EUROPA

La actual crisis de Europa tiene un doble origen. El primero es del que más he hablado y tendría que ver propiamente con la crisis económica mundial. Me refiero a décadas viviendo a crédito tanto Estados como empresas y ciudadanos. La crudeza de esta crisis está poniendo en duda la capacidad de los gobiernos occidentales de pagar sus deudas. Por eso los mercados exigen reformas y ajustes que aporten credibilidad a la sostenibilidad de las finanzas públicas. Tras años de excesos alegremente financiados por los mercados, estamos en el tiempo de descuento, y aquí ya no valen las promesas, sólo los hechos.

La segunda fuente de problemas para Europa tiene que ver con el diseño del euro. La creación del euro trajo un solo tipo de interés (con un solo Banco Central). Gracias a ello, los países menos eficientes, menos exportadores, menos fuertes, pudieron financiarse más barato que cuando estaban solos (debido a su inflación, crecimiento, déficit exportador, etc).  Los países más fuertes podían exportar a la zona euro sin que sus competidores internacionales contaran con la ventaja competitiva de una divisa devaluable. Además, la divisa común sería más débil (por contar con algunos socios débiles) que la que estos países fuertes tendrían individualmente, lo que también les permitiría exportar más hacia fuera de la zona euro.
Se suponía que era un win-win para todos los del euro. Entonces, ¿dónde está el problema? El problema se sembró en la creación de la divisa común. La forma en que se creó el euro aportó "inmediatamente" las ventajas antes mencionadas, pero sembró algunos desequilibrios que hoy están "reventando".

Imagina un fabricante alemán que compra componentes industriales a una empresa española, y un turista francés que viaja cada verano de vacaciones a España. El primer año del euro, no hay grandes cambios. Sin embargo, algunas diferencias prolongadas durante años han llevado a las economías europeas por caminos muy diferentes. Por ejemplo, supongamos que la inflación española (subida generalizada de los precios) supera a la de Alemania o Francia en, por ejemplo, un 1,5% anual. Cada año, el comprador alemán de componentes españoles verá como los precios a los que compra (sus costes) han subido más de lo que han subido en otros países de la zona euro. En algún momento, este fabricante alemán dejará de comprar a la empresa española porque no es competitiva, es decir, porque otros le venden lo mismo por menos. Algo parecido ocurre con el turista francés. Este verá como cada años sube el presupuesto necesario para pasar sus vacaciones en España, hasta que llegue un día que le compense más irse de vacaciones a Turquía, Croacia, el Caribe, o quedarse en su país.

La lectura macroeconómica de los dos ejemplos expuestos sería la siguiente: el exceso de inflación de un país (que se traduce en menos competitividad) tiende a compensarse con la depreciación de su divisa. Como eso no es posible en la zona euro porque es una divisa común, los menos competitivos viven en una bomba de relojería cuyo tiempo avanza a medida que aumenta su déficit exportador (importan más que exportan). El país poco competitivo se va debilitando gradualmente, por eso éstos países, por ejemplo Grecia, Portugal, España o Italia, son los primeros y los que más acusan la crisis global. 

En el cuento de los tres cerditos, los países del sur de Europa seríamos como la casa de paja, la primera en caer cuando la crisis se endurece. Nuestras economías poco flexibles (por ejemplo en legislación) junto a la incapacidad de los gobernantes para ajustar su gasto a la nueva realidad de ingresos son más leña en esta gran hoguera nacional/continental. El problema de fondo no es si Merkozy (Angela+Sarko) o el BCE nos presta, avala, etc, pues nuestro verdadero problema no es la liquidez, es la solvencia. La liquidez la volveremos a tener en cuanto convenzamos a los mercados de que pagaremos nuestras deudas. Ajustando a la baja el gasto público y haciendo algunas reformas legales ganaremos tiempo y una cierta eficiencia para todo el sistema, pero ¿cómo resolveremos la estructural falta de competitividad de nuestro sector privado? ¿Estamos realmente dispuestos a rebajar TODOS nuestro nivel de vida un 20% para volver a ser temporalmente productivos? ¿Crees que con integrar con nuestros socios europeos algunos elementos fiscales seremos tan productivos como los alemanes o franceses? El tiempo lo dirá.

lunes, 5 de diciembre de 2011

NI KEYNES, NI HAYEK... AMBOS

La crisis que vivimos ha dado pié a replantearse las diferentes teorías económicas en un  deseo de encontrar una salida a esta dura y larga situación. Hoy centramos el análisis en las ideologías de Keynes y de Hayek. Para Keynes, la crisis se origina en la debilidad de la demanda (de bienes y servicios). Como solución, propone que el Estado aporte recursos para crear esa demanda, sustituyendo al sector privado. Para Hayek, la crisis llega porque, durante tiempo, se ha invertido en exceso para aumentar la oferta, para aumentar la capacidad productiva. La solución propuesta sería reducir la capacidad para ajustarla a la demanda existente.

Escribía recientemente un político británico en un artículo que, hace décadas, Keynes ganó justamente la partida a Hayek porque éste no pudo salir airoso de la crítica de que si todo el mundo aplicara austeridad, nadie contrataría ni consumiría y la economía se hundiría. La verdad, ¡menuda estupidez!, porque la austeridad no es un mandato impuesto para todos, sino que cada uno debería saber y decidir si puede gastar o debe ahorrar, si tiene mucha o poca deuda. Hacer dieta no es algo impuesto para toda la humanidad, sólo para los que, por diferentes motivos, creen que deben adelgazar, y no por eso han desaparecido los restaurantes ni las supermercados. ¿Es malo que haya religiosos célibes? Si todos hicieran lo mismo, la humanidad se extinguiría. En realidad, cualquier teoría o modelo, económica o no, si la aplicas hasta el extremo, tiene efectos nocivos y puede acabar en el caos. Pero claro, ese extremismo es el de la mentalidad que ha caracterizado al siglo XX. Entonces, sólo había ángeles o demonios, o la panacea era el capitalismo o lo era el comunismo, cuando realmente ambos tienen virtudes y defectos. Hasta en las películas se palpaba ese fanatismo ideológico, pues todos los vaqueros eran buenos y los indios malos, los cruzados eran todo virtud y los infieles salvajes sin ningún reparo moral. Irrealidad en estado puro.

Hoy, la evolución ideológica nos hace ser más pragmáticos, menos radicales y más realistas. Yo creo que ambas teorías tienen sentido, pues abordan la misma realidad desde diferentes ángulos. Parece claro que, tras varios años de bonanza, los consumidores han cometido excesos de consumo y de endeudamiento para poder consumir. También, la capacidad productiva incrementó demasiado al amparo de unas expectativas de eterno optimismo (un sesgo común en las empresas, los mercados financieros, y los ciudadanos). 

Si las ideas de Hayek, llevadas al extremo son contraproducentes, las de Keynes también, pues el Estado se debilitaría financieramente (donde estamos hoy), y sustituiría con su intervencionismo a la economía de mercado (otra característica actual). La economía de mercado, basada en las decisiones de empresas y consumidores, es mucho más eficiente asignando recursos, decidiendo qué hacer con "su" dinero. Mis reiteradas críticas no son al keynesianismo teórico sino al uso partidista, magnificado e injustamente ejecutado de dicha ideología que Occidente lleva décadas aplicando. En economía, los practicantes (consciente o inconscientemente) de la teoría keynesiana, nunca encuentran el momento oportuno para equilibrar sus cuentas, para dejar de fumar, ni para empezar una dieta sana, etc... sencillamente porque no existe. Por eso, cada crisis nos encuentra más endeudados, y nos exige inventar más deuda para poder hacer frente a la existente.

En 2009, los planes de estímulo anunciados (subvenciones, rescates, y avales para algunos privilegiados arbitrariamente) hubieran sido más eficientes, más rentables para paliar la crisis, si le hubieran dado esos recursos a los mejores gestores, a sus legítimos dueños: las empresas y los consumidores. Una rebaja generalizada de impuestos hubiera permitido a empresas y consumidores invertir, consumir, o reducir su deuda, según sus circunstancias y prioridades. Una eficiencia y justicia social imposible de alcanzar para cuatro personas planificando qué hacer con nuestro dinero desde un despacho en un Ministerio. Políticamente, Keynes era más rentable que Hayek, porque servía de justificación para gastar sin límite. Ese intervencionismo público se ha ido falsamente vistiendo de avances sociales. Hoy, tras varias décadas de excesos, yo recomiendo aplicar un poco de lo que predicaba Hayek, pues el exceso de keynesianismo ha llevado a Occidente al borde de la insolvencia. 

Recientemente, he leído en un libro el análisis que hacía un reconocido economista español sobre déficit y deuda. Este nombraba los resultados de un par de economistas que han estudiado en profundidad varias crisis en las últimas décadas. La doble conclusión era: primera, una drástica reducción del gasto público es más efectiva que subir los impuestos para reducir el déficit. Segunda, estimular la economía mediante más gasto público, como hace básicamente Obama, es mucho menos efectiva que rebajar los impuestos.

Termino con una última idea. Tanto Keynes como Hayek aportan conocimiento económico y soluciones, y ambos siembran crisis aplicados de forma extrema. En la práctica, resulta política y socialmente fácil pasar de aplicar los principios de Hayek (austeridad) a los de Keynes (más gasto público). En cambio, tras practicar durante décadas toneladas de keynesianismo, ahora resulta muy duro aceptar el camino que la realidad y racionalidad nos impone temporalmente, el de Hayek.
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