Dicen que la
realidad supera a la ficción. Lo que ocurre es que, en ocasiones, nuestras
predicciones se quedan muy cortas en muchos aspectos. A veces, no
somos capaces de aceptar una realidad que se nos hace muy dura, y por ello le
quitamos hierro a los resultados parciales que vamos encontrando en
nuestro análisis. Por ejemplo, cuando algo nos sale mal tendemos a culpar a
la mala suerte o a los demás, todo menos decirnos a nosotros mismos que hemos
fallado por nuestra debilidad o incapacidad. Nos resulta difícil aceptar
nuestras limitaciones, reconocer que empezamos las cosas con una intención
buena, razonada, y en ocasiones, no acaban como deben por nuestra falta de
voluntad, de diligencia, etc.
Hace años tuve un
jefe que era un energúmeno (te aseguro que estoy siendo muy generoso). Su
incultura general y financiera daba para escribir un libro, y su falta de
moralidad, otro. Ese señor era responsable de un instrumento de inversión que
en aquel momento gestionaba más de €900 millones. En ocasiones, cuando éste
hablaba por teléfono con un cliente yo le dictaba lo que tenía que decir. Si
yo le hubiera explicado a cualquier cliente que su dinero lo gestionaba alguien
tan poco preparado, sencillamente no me hubiera creído. Nos resulta más fácil
creer que nos puede tocar la lotería que aceptar que un inepto pueda tener
tanta responsabilidad.
Los mercados
financieros son un claro ejemplo de esa necesidad humana de negar la realidad
cuando ésta se nos muestra demasiado negativa o incierta. Necesitamos la
esperanza incluso cuando ésta nazca de la ignorancia y/o la incoherencia y
seamos más o menos conscientes de ello. Aceptar que Occidente lleva muchos
años viviendo de prestado, por encima de nuestras posibilidades, y que esto ha
llegado a su fin, supone aceptar las desagradables consecuencias que se derivan
de esta reflexión. Algo muy poco apetecible social y políticamente.
Deseamos que
alguien salve al euro y que la espada de Damocles que ronda sobre nuestro
futuro, desaparezca. Para ello, somos capaces de aceptar lo que sea. No importa
si quien nos ha de salvar no tiene ni idea de cómo hacerlo, ni si nos lo
recuerda cada vez que intenta convencernos de que nos salvará. Cualquier
vendedor de humo que diga algo bonito, esperanzador, es bienvenido. Y
cualquiera que pregunte con incredulidad quién, cuándo, y cómo nos salvarán
parece una mala persona deseosa de que se acabe el mundo.
A diario, veo
cómo los mercados financieros se agarran a un clavo ardiendo para creerse algo
que les alegre el día. Necesitamos celebrar financieramente el éxito de unos
rescates, programas, estímulos etc que desafían a la gravedad y a cualquier
ciencia conocida, que son erráticos, porque cambian de rumbo constantemente sin
argumentación (algo lógico pues tampoco la hubo inicialmente). Una y otra
vez, realizamos una sistemática presunción de inteligencia/capacidad cada vez
que se reúnen las autoridades para solucionar un tema, a pesar de una evidencia
empírica de que uno no necesariamente es inteligente ni capaz por ocupar un
puesto de responsabilidad. En el mundo financiero hay operadores que se
distancian de esos sentimientos y analizan las cosas fríamente, lo que les
permite lucrase en una crisis mientras los demás sufren. Por desgracia, en
ocasiones, esa forma de lucro genera más sufrimiento para los demás porque sus
decisiones magnifican algunos de nuestros problemas.
Hoy, en plena
crisis, no me da miedo reconocer que seguimos avanzando hacia el colapso del
euro, que no sé si estamos a tiempo de evitarlo, y que todavía no estamos
girando hacia una solución viable y duradera. Si no estás de acuerdo, crees que
exagero, y tienes suficiente estómago pregúntate, a día de hoy, REAL Y
EFECTIVAMENTE, ¿Cuánto se ha reducido el gasto del sector público occidental en
2011? Ha aumentado. ¿Cuántas reformas han aprobado e implementado los países
periféricos europeos? (No promesas sino ejecutadas) ¿Cuánto se ha desapalancado
la banca en tres años y cuántos años le quedan? (Sólo los activos fuera de balance
de la banca americana, off-balance, han pasado de $20T a $15T). ¿Cuándo habrá en Europa un
déficit fiscal 0? ¿Aceptará la sociedad europea el ajuste que esto implica? (Verdes
y socialistas europeos de varios países han anunciado que no lo apoyarán
y si gobiernan lo cambiarán). ¿Crees que los europeos homogeneizaremos nuestras
legislaciones fiscales, laborales, y/o mercantiles si apenas hemos podido
aproximar algunas posturas en una década? ¿Los países menos eficientes ya no lo
seremos? (Si no es así, no hay futuro con una divisa común), ¿los desencuentros
políticos internacionales van a más o a menos? Por desgracia, algo me dice que
tenemos más deseos que razones.
A pesar de todo lo
expuesto, soy optimista y tengo claro que saldremos de esta crisis porque creo
en la capacidad de adaptación y supervivencia del ser humano. No necesito
engañarme para pensarlo, no creo que eso me lleve a un futuro mejor, pero
respeto la elección de los muchos que sí lo necesitan. Lo único que siento es
que una horrible gestión de la crisis la hará más larga y profunda de lo
estrictamente necesario.
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