domingo, 31 de mayo de 2015

REINO UNIDO, ¿SER O NO SER EUROPEO?

Hace pocas semanas hubo elecciones en Reino Unido. Contra todo pronóstico, el conservador David Cameron volvió a ganarlas, y de forma contundente. Entre sus promesas electorales podríamos destacar, por la parte que nos toca, el referéndum que realizará en 2016 (lo ha adelantado, pues anteriormente habló de 2017) sobre si Reino Unido quiere seguir formando parte de la Unión Europa (no del euro, del que nunca ha formado parte).

En Reino Unido, el partido euroescéptico UKIP ha planteado esa cuestión desde hace tiempo. El partido laborista es también ahora, tras el resultado electoral, menos reticente a ese referéndum. En mi opinión, debemos preguntarnos: ¿Por qué Reino Unido es antieuropeo? ¿Qué les lleva a plantearse una decisión tan drástica?

En primer lugar, no me cansaré de decir que, en mi opinión, los británicos son quizás los más europeos de todos. Pienso que han entendido mejor que el resto la necesidad de conjugar el hacer cosas en común pero sin renunciar totalmente a la soberanía nacional, que es precisamente hacia donde se dirige hoy Europa. De la misma forma que Thatcher ya dijo que era una locura instaurar bajo una misma divisa (lo que también implica un mismo tipo de interés) a países con características económicas tan diferentes como Grecia y Alemania, y que eso acaba en una gran crisis en aquellos países más débiles, algo parecido está ocurriendo en el plano político.

Cameron ha estado los últimos días visitando a algunos de sus homólogos europeos en referencia a su referéndum. Sobre la mesa hay tres temas que centran las dudas europeas de Cameron: la inmigración, la competitividad y la centralización política hacia Bruselas. Yo no soy británico pero comparto totalmente esas preocupaciones de Cameron.

La cuestión inmigratoria hace referencia al acuerdo de Shengen, Dinamarca, plenamente vigente desde 1995. Según éste, los países eliminaron el control de sus fronteras internas, entre ellos. Como idea de partida está bien. El problema es que, sin límites a ese derecho, estás abriendo la puerta a que otro país decida unilateralmente dar entrada a toda la población mundial que quiera y, por extensión, te obligue a ti a hacer lo mismo. Una vez más, no se trata de ser dogmático sino de que el sentido común dé forma a las buenas ideas.

En lo referente a la competitividad, me siento claramente más cercano a Reino Unido que a Bruselas. Esta última es especialista en fomentar grandes conglomerados que van perdiendo capacidad de adaptación al mundo mientras sus gobiernos, que crujen a impuestos a sus ciudadanos, les dan grandes concesiones, ayudas, subvenciones, y otros injustos privilegios que sólo unos pocos disfrutan y todos pagan. Algo parecido ocurre con la finanza públicas. Mientras los británicos prefieren reformar lo que no funciona (y no digo que yo coincida plenamente con todo lo que han hecho en esta crisis), lo cual es un acto de responsabilidad por parte de sus gobernantes, buena parte de Europa continental afronta lo insostenible buscando no cambiar nada, vivir igual durante algún tiempo más aunque eso empeore la situación, y que sea otro gobernante posterior el que tome las medidas necesarias e impopulares.

El último pilar de la discrepancia de Londres con Europa continental tiene que ver con la esencia de la democracia. Yo nunca he defendido el nacionalismo (ni español, ni catalán, ni francés, ni británico, ni estadounidense, ni, ni). El nacionalismo suele vestirse con piel de oveja, evocando la defensa de su cultura y tradición, para sacar ocultamente el lobo que lleva dentro, justificando que un pedo huele mejor si se lo tira uno de los suyos. El sectarismo del "es uno de los nuestros" lo justifica casi todo, algo conceptualmente contrario a la justicia más básica. En lo económico, el nacionalismo acaba dando dinero público a los que piensan como él, discriminando a los que piensan diferente o tienen un pasaporte diferente, o hablan otro idioma. En la sombra, sacan el dinero y socavan los derechos de sus ciudadanos mientras públicamente se autoproclaman únicos defensores de su patria. El nacionalismo es el mejor caldo de cultivo para las dictaduras o las guerras, porque justifica casi todo lo que los dirigentes proclaman como bueno en nombre de una bandera. La crítica, la libertad de expresión y la independencia de los medios de comunicación es su peor enemigo. Sin embargo, no hace falta ser nacionalista para reivindicar el derecho a decidir localmente y reducir al mínimo posible la centralización política.

Bruselas tuvo una buena intención plasmada en una mala decisión. Intentar integrar los diferentes pueblos de Europa es algo bueno. Hacerlo de forma extrema, no. Hoy, Europa va camino de centralizar en Bruselas gran parte del poder de gobernar, poder dirigido por una superélite que se retroalimenta y mantiene gracias a los países que tienen más influencia (principalmente Alemania), que además utiliza su ejército moderno (el Banco Central Europeo) para amenazar a cualquier gobernante nacional que discrepe. La centralización europea la aleja de la democracia. Los gobiernos nacionales se convierten en señores feudales que rinden pleitesía al poder central. El pueblo europeo pierde su libertad para elegir su propio camino, que será marcado por unos pocos burócratas junto con los líderes políticos de los países reinantes. ¿Hay que ser británico para decir que discrepo de esta tendencia? ¿Es ser antieuropeo decir que no quiero que me gobiernen sin que yo pueda cambiar prácticamente nada? Quizás eso sea ser europeo y entender realmente lo que es Europa, y no confundirlo con lo que me gustaría que fuera.
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