En ocasiones, cuando veo o leo las noticias económicas me siento estafado, manipulado. Probablemente, los lectores cuyo trabajo no les obliga a conocer la economía a fondo piensen que exagero, “total, sólo cuentan las noticias”. Ojalá sólo las contaran con un titular distante, independiente. Hoy, más que en los tiempos de bonanza económica, evitar el contubernio de los medios de comunicación con los gobiernos es especialmente difícil porque éstos están en el epicentro de la crisis, y en cierta medida, les dan de comer (concediendo nuevos canales, comprando ejemplares, quitando publicidad en medios públicos, regulando el sector, dando titulares, etc).
En ese sentido, en prensa escrita, muchas noticias de las grandes multinacionales parecen, más que una noticia, un publireportaje donde se ensalzan las grandes virtudes de éstas. Y es que en tiempos de crisis, el que tiene dinero para seguir pagando anuncios es el rey.
Hace tres años, cuando algunos discrepábamos sobre muchas medidas aplicadas para paliar la crisis lo hacíamos porque nos parecían poco efectivas, socialmente injustas (porque permitían a algunos ser capitalistas en los buenos tiempos y comunistas cuando llegan las pérdidas), y tremendamente irrealistas. Eran irrealistas porque los gobiernos no entendían la profundidad de la crisis, erraban en el diagnóstico. Algunos de aquellos errores, celebrados entonces por la prensa y los mercados como soluciones, sembraron los problemas que son hoy titulares. En aquel tiempo, los gobiernos se creyeron intocables, se sentían poderosos, capaces de quebrantar la racionalidad económica y de sustituir a la economía de mercado por su criterio arbitrario sobre el bien y el mal. Se creyeron emperadores en el Coliseo, decidiendo con su pulgar quien debe ser salvado con dinero público de las consecuencias de sus erróneas decisiones, y quien debe seguir rigiéndose por las normas del mercado. La injusticia, al igual que la corrupción, sólo es viable si se aplica a unos pocos, porque si no se colapsaría el sistema. Por eso, salvaron a algunos e ignoraron a la mayoría. Todo ello adornado con "el bien común". Esa suma de soberbia, ignorancia, y falta de justicia les llevó no sólo a seguir despilfarrando como en los mejores momentos de la economía sino que, además, crearon más subvenciones, avales, y financiaciones.
Hace tres años, cuando algunos discrepábamos sobre muchas medidas aplicadas para paliar la crisis lo hacíamos porque nos parecían poco efectivas, socialmente injustas (porque permitían a algunos ser capitalistas en los buenos tiempos y comunistas cuando llegan las pérdidas), y tremendamente irrealistas. Eran irrealistas porque los gobiernos no entendían la profundidad de la crisis, erraban en el diagnóstico. Algunos de aquellos errores, celebrados entonces por la prensa y los mercados como soluciones, sembraron los problemas que son hoy titulares. En aquel tiempo, los gobiernos se creyeron intocables, se sentían poderosos, capaces de quebrantar la racionalidad económica y de sustituir a la economía de mercado por su criterio arbitrario sobre el bien y el mal. Se creyeron emperadores en el Coliseo, decidiendo con su pulgar quien debe ser salvado con dinero público de las consecuencias de sus erróneas decisiones, y quien debe seguir rigiéndose por las normas del mercado. La injusticia, al igual que la corrupción, sólo es viable si se aplica a unos pocos, porque si no se colapsaría el sistema. Por eso, salvaron a algunos e ignoraron a la mayoría. Todo ello adornado con "el bien común". Esa suma de soberbia, ignorancia, y falta de justicia les llevó no sólo a seguir despilfarrando como en los mejores momentos de la economía sino que, además, crearon más subvenciones, avales, y financiaciones.
Las consecuencias de aquellas políticas erróneas son que hoy muchos gobiernos occidentales están financieramente muy debilitados. El precio de sus activos cotizados, los bonos del Estado, acusan la debilidad de las cuentas públicas, pero, sobre todo, reflejan la desconfianza que genera la falta de voluntad política de cambiar su discurso populista por uno realista. Hoy, la prima de riesgo es el reflejo de la desconfianza de miles de inversores en los gobiernos.
En cierta medida, la prensa es cómplice de esta situación. Cada vez que hablan del riesgo país como si un grupo de especuladores muy malos quisieran imponernos a todos su tiranía se me revuelve el estómago. Faltan a la verdad, aunque sea por ignorancia. Los especuladores existen en todos los mercados pero ellos no crean las tendencias, sólo las amplifican. La tendencia la crea la realidad que miles de inversores perciben en las cuentas del estado y en sus políticas. Al contrario de lo que la prensa sugiere, esto no es una cuestión de “manía” sino de desconfianza ganada a pulso.
En referencia a la manipulación de los mercados, los gobiernos apenas han hecho nada para reducir la manipulación que los que operamos en mercado sufrimos desde siempre por parte de los grandes inversores institucionales. Estos reciben información muy útil por su proximidad a los gobiernos, e ingentes cantidades de financiación barata de los bancos centrales (además de rescates, avales, etc). Bastaría con exigir más garantías en los derivados financieros para reducir el apalancamiento y volatilidad con que inundan los mercados, pero tomar medidas no es importante, sólo culpar públicamente a otros de sus males.
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