En cierto modo, esta crisis está poniendo a prueba algunas teorías económicas modernas, pero sobre todo está evidenciando lo que ocurre cuando las teorías económicas se modulan a conveniencia del director de orquesta, cuando éste elige sólo aquellas partes de la teoría que le gustan, o sea, la politización de la economía.
Por ejemplo, la economía de mercado no es mala porque haya una gran crisis, sino que la gravedad de la crisis es el resultado de contravenir y distorsionar interesadamente las normas del mercado. Los reguladores sucumbieron a los encantos (aportaciones en las campañas electorales) de los grandes lobbies, permitiéndoles asumir riesgos mayores. Los supervisores miraron a otro lado ante esos riesgos evidentes, para que nadie les acusara de “parar la música”. La economía de mercado no dice que unos políticos, en nombre del bien común, puedan dedicar dinero público a salvar de las consecuencias de sus actos a quien ellos quieran, sino todo lo contario. Para que el sistema funcione, los individuos/empresas deben sufrir/disfrutar los efectos de sus decisiones. Cuando eso no ocurre, el sistema resulta ineficiente e injusto, y se siembran tensiones sociales.
Muchos economistas llevan años recomendando aplicar el keynesianismo como medida contra la crisis. Esta teoría económica sugiere que, cuando la economía está débil, el Estado sea el motor, gastando más. Obviamente, es la opción más apetecible para un político. En mi opinión, la forma en que se está aplicando tiene dos defectos:
Por ejemplo, la economía de mercado no es mala porque haya una gran crisis, sino que la gravedad de la crisis es el resultado de contravenir y distorsionar interesadamente las normas del mercado. Los reguladores sucumbieron a los encantos (aportaciones en las campañas electorales) de los grandes lobbies, permitiéndoles asumir riesgos mayores. Los supervisores miraron a otro lado ante esos riesgos evidentes, para que nadie les acusara de “parar la música”. La economía de mercado no dice que unos políticos, en nombre del bien común, puedan dedicar dinero público a salvar de las consecuencias de sus actos a quien ellos quieran, sino todo lo contario. Para que el sistema funcione, los individuos/empresas deben sufrir/disfrutar los efectos de sus decisiones. Cuando eso no ocurre, el sistema resulta ineficiente e injusto, y se siembran tensiones sociales.
Muchos economistas llevan años recomendando aplicar el keynesianismo como medida contra la crisis. Esta teoría económica sugiere que, cuando la economía está débil, el Estado sea el motor, gastando más. Obviamente, es la opción más apetecible para un político. En mi opinión, la forma en que se está aplicando tiene dos defectos:
- La decisión de gasto gubernamental es ineficiente (porque las empresas y consumidores son mejores gestores de esos recursos limitados) e injusta (porque la sociedad percibe como unos son beneficiados a dedo mientras otros agonizan financieramente).
- Es contraproducente cuando la crisis es estructural, de mayor calado, más larga, y requiere fuertes ajustes. Puede tambalear el sistema pues la capacidad financiera de los gobiernos no es ilimitada, tal y como algunos están descubriendo.
¿Quieres ejemplos prácticos? Piensa en las noticias publicadas últimamente sobre pequeños aeropuertos españoles casi nuevos y que no son viables por la falta de actividad, trayectos del tren de alta velocidad sin pasajeros. Decisiones tomadas con criterios políticos, sin la responsabilidad del que sufre las consecuencias de sus actos. Algo que sí le ocurre a la empresa y al consumidor.
Creo que hemos llegado a un keynesianismo ludopático que podríamos resumir en: si la economía no crece, que el Estado malgaste el tiempo que haga falta hasta que ésta crezca, y si el exceso de deuda acumulada supone un problema, dobla la apuesta.
En un artículo del 5 de agosto, la columnista de Bloomberg Caroline Baum comentaba como, tras un década aumentando la cantidad de deuda del Estado en EEUU pasando de $5.95 trillones a $14.3 trillones, hoy su desempleo supera el 9%, hay un gran excedente de viviendas vacías, la economía apenas crece, y lo que queda es una gran montaña de deuda. Creo que es una forma imprecisa y algo sesgada (por no explicar las circunstancias intermedias que han llevado a esa situación), pero bastante práctica de resumir dónde lleva, o puede llevar, el keynesianismo a largo plazo. Dada nuestra naturaleza, para el animal político, al igual que para cualquier otro ser humano, siempre es apetecible gastar más y nunca lo es apretarse el cinturón.
Por el contrario, empresas y consumidores, quizás por prudencia o por no tener elección, optaron por la austeridad y el recorte de gastos como fórmula de adaptación a la crisis. Tras tres años de crisis, las empresas y consumidores todavía sufren, pero es que las finanzas de algunos gobiernos están al borde del colapso, en la UVI del Banco Central y con respiración asistida.
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