La
crisis que vivimos ha dado pié a replantearse las diferentes teorías económicas
en un deseo de encontrar una salida a esta dura y larga situación. Hoy centramos el análisis en las ideologías de Keynes y de Hayek. Para Keynes,
la crisis se origina en la debilidad de la demanda (de bienes y servicios).
Como solución, propone que el Estado aporte recursos para crear esa demanda,
sustituyendo al sector privado. Para Hayek, la crisis llega porque, durante
tiempo, se ha invertido en exceso para aumentar la oferta, para aumentar la
capacidad productiva. La solución propuesta sería reducir la capacidad para
ajustarla a la demanda existente.
Escribía
recientemente un político británico en un artículo que, hace décadas, Keynes ganó justamente la partida a Hayek
porque éste no pudo salir airoso de la crítica de que si todo el mundo aplicara
austeridad, nadie contrataría ni consumiría y la economía se hundiría. La verdad, ¡menuda estupidez!, porque la
austeridad no es un mandato impuesto para todos, sino que cada uno debería saber y
decidir si puede gastar o debe ahorrar, si tiene mucha o poca deuda. Hacer dieta
no es algo impuesto para toda la humanidad, sólo para los que, por diferentes motivos, creen
que deben adelgazar, y no por eso han desaparecido los restaurantes ni las
supermercados. ¿Es malo que haya religiosos célibes? Si todos hicieran lo mismo, la humanidad se extinguiría. En realidad, cualquier teoría o modelo, económica o no, si la
aplicas hasta el extremo, tiene efectos nocivos y puede acabar en el caos. Pero
claro, ese extremismo es el de la mentalidad que ha caracterizado al siglo XX.
Entonces, sólo había ángeles o demonios, o la panacea era el capitalismo o lo
era el comunismo, cuando realmente ambos tienen virtudes y defectos. Hasta en las películas se palpaba ese fanatismo ideológico,
pues todos los vaqueros eran buenos y los indios malos, los cruzados eran todo
virtud y los infieles salvajes sin ningún reparo moral. Irrealidad en estado
puro.
Hoy, la evolución ideológica nos hace ser más pragmáticos, menos radicales y más realistas. Yo creo que ambas teorías tienen sentido, pues abordan la misma realidad desde diferentes ángulos. Parece claro que, tras varios años de bonanza, los consumidores han cometido excesos de consumo y de endeudamiento para poder consumir. También, la capacidad productiva incrementó demasiado al amparo de unas expectativas de eterno optimismo (un sesgo común en las empresas, los mercados financieros, y los ciudadanos).
Hoy, la evolución ideológica nos hace ser más pragmáticos, menos radicales y más realistas. Yo creo que ambas teorías tienen sentido, pues abordan la misma realidad desde diferentes ángulos. Parece claro que, tras varios años de bonanza, los consumidores han cometido excesos de consumo y de endeudamiento para poder consumir. También, la capacidad productiva incrementó demasiado al amparo de unas expectativas de eterno optimismo (un sesgo común en las empresas, los mercados financieros, y los ciudadanos).
Si las ideas de Hayek, llevadas al extremo son contraproducentes, las de Keynes también, pues el Estado se debilitaría financieramente (donde estamos hoy), y sustituiría con su intervencionismo a la economía de mercado (otra característica actual). La economía de mercado, basada en las decisiones de empresas y consumidores, es mucho más eficiente asignando recursos, decidiendo qué hacer con "su" dinero. Mis reiteradas críticas no son al keynesianismo teórico sino al uso partidista, magnificado e injustamente ejecutado de dicha ideología que Occidente lleva décadas aplicando. En economía, los practicantes (consciente o inconscientemente) de la teoría keynesiana, nunca encuentran el momento oportuno para equilibrar sus cuentas, para dejar de fumar, ni para empezar una dieta sana, etc... sencillamente porque no existe. Por eso, cada crisis nos encuentra más endeudados, y nos exige inventar más deuda para poder hacer frente a la existente.
En 2009, los planes de estímulo anunciados (subvenciones, rescates, y avales para algunos privilegiados arbitrariamente) hubieran sido más eficientes, más rentables para paliar la crisis, si le hubieran dado esos recursos a los mejores gestores, a sus legítimos dueños: las empresas y los consumidores. Una rebaja generalizada de impuestos hubiera permitido a empresas y consumidores invertir, consumir, o reducir su deuda, según sus circunstancias y prioridades. Una eficiencia y justicia social imposible de alcanzar para cuatro personas planificando qué hacer con nuestro dinero desde un despacho en un Ministerio. Políticamente, Keynes era más rentable que Hayek, porque servía de justificación para gastar sin límite. Ese intervencionismo público se ha ido falsamente vistiendo de avances sociales. Hoy, tras varias décadas de excesos, yo recomiendo aplicar un poco de lo que predicaba Hayek, pues el exceso de keynesianismo ha llevado a Occidente al borde de la insolvencia.
Recientemente, he leído en un libro el análisis que hacía un reconocido economista español sobre déficit y deuda. Este nombraba los resultados de un par de economistas que han estudiado en profundidad varias crisis en las últimas décadas. La doble conclusión era: primera, una drástica reducción del gasto público es más efectiva que subir los impuestos para reducir el déficit. Segunda, estimular la economía mediante más gasto público, como hace básicamente Obama, es mucho menos efectiva que rebajar los impuestos.
Termino con una última idea. Tanto Keynes como Hayek aportan conocimiento económico y soluciones, y ambos siembran crisis aplicados de forma extrema. En la práctica, resulta política y socialmente fácil pasar de aplicar los principios de Hayek (austeridad) a los de Keynes (más gasto público). En cambio, tras practicar durante décadas toneladas de keynesianismo, ahora resulta muy duro aceptar el camino que la realidad y racionalidad nos impone temporalmente, el de Hayek.
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