jueves, 4 de agosto de 2011

LA CRISIS DE DEUDA SOBERANA: ¿AHORA QUÉ?

¿Seguimos culpando a los mercados, a los especuladores, y a las fuerzas del mal de todo o hacemos algo razonable, por variar? En teoría, la recuperación tras la crisis se basaba en que ésta era coyuntural, es decir, que duraría pocos trimestres. Por ese motivo, los gobernantes pensaron que no valía la pena perder votos por ajustar a la baja su gasto social ni su obesa estructura aunque sus ingresos se hubieran desplomado. Todo lo contrario, gastaban más en nombre del bien común y de una teoría económica, la keynesiana, que propone que si la economía languidece, el estado debe ser quien temporalmente le dé un empujón, a través de más gasto público (¡Qué teoría más oportuna para la clase política!). Se suponía que tras varios meses de ese empujón artificial e insostenible en el largo plazo la economía arrancaría cual motor de combustión y este incremento de actividad, y de recaudación, permitiría a los gobiernos recuperar paulatinamente el dinero gastado/despilfarrado. A que suena bien.

Pero qué ocurre cuando pasan los trimestres y el paro no baja porque las empresas no contratan. Y las empresas no contratan porque no ha aumentado mucho la actividad y siguen teniendo exceso de capacidad. Los beneficios empresariales y personales aumentan poco y los gobiernos siguen en una situación preocupante de déficit presupuestario, pues sus ingresos no han mejorado como vendían políticamente que iba a ocurrir fruto de su despilfarro “a dedo”. Sus gastos siguen creciendo por no haberlos ajustado a la baja cuando lo hicieron empresas y consumidores, por la compensación por la inflación fruto de las políticas no ortodoxas de sus bancos centrales, por el paro que no decrece y se prolonga su cobro, por las inversiones que comprometieron confiando en una bonanza inagotable, primero, y en una recuperación rápida, después, por, por. 

Todo esto es la punta del iceberg. El verdadero problema, y no me cansaré de decirlo, es el mal diagnóstico. Esta crisis es estructural y no coyuntural. Ahora no sólo hemos perdido tiempo, pues hace tres años del inicio de la recuperación y todavía esperamos a que el motor económico arranque. También hemos perdido recursos. Si el diagnóstico de la crisis hubiera sido correcto, podrían haber utilizado ese dinero despilfarrado en otras políticas que fueran realmente eficientes y socialmente justas como aumentar el mínimo personal exento en renta (algo justo para todos y especialmente valioso para los más necesitados) y rebajar temporalmente las cotizaciones sociales de la empresa (lo que haría a los empleados algo más eficientes para sus contratadores).

Cada vez que veo a la prensa culpar exclusivamente a los especuladores del aumento del coste de la deuda me avergüenzo y desmoralizo por este sistema basado en el mantenimiento a toda costa del status quo de varios grupos socioeconómicos. Resulta muy oportuno políticamente ver a los grandes medios contar la versión oficial de quién es el bueno, el feo, y el malo. Ninguno habla en sus portadas de los grandes errores de nuestros gobernantes, de algunas supuestas medidas anticrisis socialmente injustas e ineficientes. Claro, la verdad no compra miles de ejemplares diariamente. 

¿Y ahora qué? Yo no sé si será ahora o un poco más tarde, dependerá de cuánto tiempo puedan los gobernantes de Occidente seguir negando la evidencia que les rodea. Lo que sí sé es hacia dónde va inevitablemente Occidente. La referencia es Reino Unido, que ha entrado voluntaria y conscientemente en ese túnel de la austeridad en el gasto y del realismo sobre nuestro insostenible nivel de vida. Por ahí pasaremos todos tarde o temprano. El cuándo lo hagas marcará el cómo lo hagas. Cuanto antes aceptemos ese camino hacia dónde nos empuja la realidad económica (y también los mercados), mejor podremos aguantar ese peregrinaje por el desierto que inexorablemente nos espera a todo Occidente. El otro camino es seguir haciéndose el remolón hasta reunirnos con Grecia.

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